Llorar no es algo gratuito, ni gustoso a menos que sea de alegría.
Llorar porque las cosas se desencadenan de mala manera, porque nada sale como quisieras, porque tienes miedo a ser lo que fuiste una vez. Llorar.
Llorar sin saber porqué, oculta bajo las gafas de sol, en cualquier plaza, sola o rodeada de gente. Llorar porque oyes una voz que echas de menos, porque quisieras ser lo que no eres y una vez fuiste, porque no puedes salir de las cuatro paredes que marcan tu vida, o porque hacen daño a la gente que quieres.
A veces no hay motivos para que brote la sal de las entrañas de una, que pasa de sonreir a llorar en un instante.
Podríamos regar mil parques con el agua derramada, podría hacer el Ebro navegable, podría conseguir lo que me propuse hace años por muy lejos que quede el propósito. Podría ser la misma de hace años.
Podría ser lo que me propusiera sólo con recordar que un día fui capaz. Pero no se si quiero ser lo que un día soñé si todo lo que quiero y necesito ya no puedo tenerlo.
Por eso lloro, porque me supera la vida, porque quisiera no dejar de mirarte, porque pelearía por tí todo lo que tú me has ayudado y porque tengo miedo de que otra vez me abran la herida que un día cicatrizó y hoy vuelve a tener ampollas.
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