Ayer fue el día de Reyes, un día lleno de ilusión en todos los hogares donde aún quedan niños pequeños, inocentes, que desconocen la magia de la Navidad.
Las casas se llenan de juguetes, los cubos de basura de embalajes varios y las calles de bicicletas, de carros de muñecas y de PSP, y cosas de esas con botoncicos.
Algunos recibieron carbón dulce, porque todos hacemos trastadas, y algunos no recibieron nada. ¿Será la crisis? No sé, pero los niños no entienden de crisis, ni de distancias, ni se creen eso de que los Reyes pasaron de alto por el barrio. ¿Acaso no son magos?.
En mi casa, como todos pasamos de la veintena, ya llegó el gordito de rojo con unos cuantos regalicos, y celebramos los reyes con un roscón enorme.
Yo siempre soñé con ser rey mago en un colegio o en un centro comercial, escuchar lo que quieren los niños, y que se asusten los más pequeños con las barbas blancas de Melchor.
Pero nunca me llegué a imaginar cuando era niña una navidad sin Reyes, una noche sin dormir mirando por la ventana. Abrir un juguete nuevo y enseñarlo. Cuando se es niño todo hace ilusión, todo, menos que nos dejen sin ilusión por nada.
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