jueves, 3 de julio de 2008

Muñeca de trapo


Ayer miraba las cuatro únicas muñecas que me quedan en la habitación.
Muñecas que me llevaron a la infancia, a los años en que nada me parecía un problema.
Años en los que mi máxima preocupación era llenar un folio en blanco de rayas con pinturas de Alpino. O perseguir a las palomas por el parque.

Fueron tiempos pasados, mejores sin duda que estos, porque no sabía lo que era la crisis, ni el paro, ni el sueldo mísero de un becario. Porque no conocía la palabra depresión más que para hablar del Ebro.
Años en los que llenaba la cama de mi cuarto de "pin y pones" y me montaba mis historias.

En los que estudiaba tres horas y luego me podía sentar con la familia, o irnos de compras, o pensar en viajar y parar en el primer pueblo de la carretera a almorzar. Entonces nunca pensé que hoy extrañaría tanto esas cosas que ya no puedo disfrutar.

Ahora ya soy mayor, y añoro aquellos años de infancia y juventud. ahora tengo una cosa que entonces no tenía, y he perdido todo lo bueno que tenía entonces.

He perdido la inocencia, la frescura, la ilusión y algunas veces la sonrisa y las ganas de seguir, porque he entendido que a veces ser mayor es un rollazo.

Las muñecas me recuerdan que una vez fui niña que quería crecer y que ahora jugar con ellas sería volver a un pasado memorable que me resisto a olvidar. Porque en la felicidad reside el sentido de la vida, porque tal vez no estoy preparada para volar, o para andar a paso de gigante.

Ojalá los niños no crecieran nunca, y los adultos no dejaran morir, al niño que llevan dentro.

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